En LOS LIBROS ABIERTOS encontrarás algunas sugerencias para tu lectura. Pincha en la foto de los autores y disfruta un poco de su obra. No olvides dejar comentarios o recomendaciones.

*SHOGUN (fragmento)


—Mi esposo... mi esposo dice que querías verlo disparar, Anjín-san. Cree que mañana está demasiado lejos. Ahora es un buen momento. El portal de tu casa, Anjín-san. ¿Qué poste eliges?
—No lo entiendo —dijo Blackthorne, pues la puerta de entrada estaba a unos cuarenta pasos, al otro lado del jardín, pero ahora completamente oculta por el shoji cerrado a su derecha.
—¿El poste derecho o el izquierdo? Por favor, elige —dijo ella, y su tono era apremiante. Él lo advirtió y miró a Buntaro. El hombre parecía indiferente, olvidado de ellos, un enano feo y achaparrado, mirando a la lejanía.
—El izquierdo —dijo, fascinado.—¡Hidari! —dijo ella.
Inmediatamente, Buntaro sacó una flecha del carcaj, levantó el arco, estiró la cuerda hasta el nivel del ojo y lanzó la saeta con una facilidad salvaje y casi poética. La flecha pasó junto a la cara de Mariko, tocando un mechón de cabellos, y desapareció a través del shoji de papel. Otra flecha partió casi antes de que desapareciese la primera, y después otra, pasando todas ellas a una pulgada de Mariko. Esta permaneció tranquila e inmóvil, arrodillada como siempre.Una cuarta flecha y una quinta. El zumbido de la cuerda llenaba el silencio. Buntaro suspiró y pareció despertar poco a poco.
Dejó el arco sobre sus rodillas. Mariko y Fujiko contuvieron el aliento, sonrieron, se inclinaron y felicitaron a Buntaro, y éste asintió con la cabeza y correspondió con una breve inclinación. Después, miraron a Blackthorne. Este sabía que lo que acababa de ver era casi arte de magia. Todas las flechas habían pasado por el mismo agujero del shoji.
Buntaro devolvió el arco a su guardia y levantó la tacita. La contempló un momento, la levantó en dirección a Blackthorne, la apuró de un trago y habló con voz ronca.
—Él... mi esposo te pide amablemente que vayas a ver.Blackthorne pensó un momento, tratando de calmar su corazón.—No hace falta. Sé que ha dado en el blanco.—Él dice que le gustaría que te asegurases.—Estoy seguro.—Por favor, Anjín-san. Yo también te lo pido.
Las flechas estaban a una pulgada las unas de las otras, en el centro del poste izquierdo. Blackthorne miró hacia la casa y pudo ver, a cuarenta pasos de distancia, el pequeño y limpio agujero en el papel, que era como una chispa de luz en la oscuridad.Pensó que era casi imposible tener tanta puntería. Desde donde estaba sentado, Buntaro no podía ver el jardín ni la puerta, y era noche cerrada en el exterior. Blackthorne se volvió de nuevo al poste y levantó el farolillo. Trató de arrancar una flecha con una mano. El acero se había hundido demasiado. Podía haber roto el asta, pero no quiso hacerlo.
El guardia lo observaba.Blackthorne vaciló. El guardia se acercó para ayudarlo, pero él movió la cabeza.—Iyé, domo —dijo, y volvió a la casa.

0 comentarios:

Publicar un comentario