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*LA ISLA DE LAS TORMENTAS (fragmento)

—¿Qué lleva en esa mochila?
—Prismáticos, una cámara fotográfica y un libro de referencias.
La mano de Faber fue hacia el cierre de la mochila.
—No toque nada —dijo el capitán—. Watson, revise eso. Acababan de cometer el error de aficionados. —Levante los brazos —dijo Watson.
Faber los levantó por encima de su cabeza, con la mano derecha pegada a la manga izquierda de su chaqueta. Faber se imaginó la coreografía de los próximos segundos. No debían producirse disparos.
Watson se colocó a la izquierda de Faber apuntándole con la escopeta y abrió la mochila de Faber. Faber sacó el estilete de la manga, se volvió hacia Watson y le hundió el arma hasta el mango en la garganta. Con la otra mano le arrebató la escopeta.
Los otros dos soldados que estaban en la orilla avanzaron hacia él y el cabo comenzó a descender del roble.
Faber sacó el estilete de la garganta de Watson y el hombre se desplomó. El capitán estaba tratando de abrir su cartuchera. Faber saltó a la orilla del velero, y el movimiento del barco hizo trastabillar al capitán. Faber le lanzó una puñalada con su arma, pero el hombre estaba bastante alejado como para que el golpe fuese definitivo. La punta dio en la solapa de su chaqueta, luego siguió hacia arriba dividiéndole el mentón. Su mano dejó de palpar la cartuchera para ir hacia la herida.
Instantáneamente, Faber se volvió para enfrentarse a los de la orilla. Uno de los soldados saltó. Faber avanzó sobre él y le sostuvo el brazo derecho estirado y rígido, con lo cual se ofreció como blanco del estilete de veinte centímetros de largo.
El impacto hizo perder pie a Faber, que soltó el estilete apresado bajo el cuerpo del soldado caído. Faber se apresuró a levantarse; no había tiempo de recuperar el arma. El capitán estaba abriendo la cartuchera. Faber saltó sobre él, buscándole la cara. La pistola estaba a la vista. Faber llevó sus dedos a los ojos del capitán, que dio un grito de dolor y con un gesto trató de liberarse de los brazos de Faber.
Se produjo un temblor cuando el cuarto de los hombres consiguió abordar el velero. Faber dejó al capitán, que ahora no podía ver y apuntar su pistola, aun cuando lograra quitarle el seguro. El cuarto hombre traía una cachiporra de policía que utilizó con todas sus fuerzas contra Faber, pero éste se corrió hacia la derecha, de modo que el golpe no le dio en la cabeza, sino que lo alcanzó en el hombro izquierdo. Por el momento, le paralizó el brazo. Con el canto de la mano golpeó el cuello del otro. Fue un golpe certero. Asombrosamente, el hombre sobrevivió y tuvo fuerzas para levantar la cachiporra y disponerse a dar un segundo golpe que Faber interrumpió. Ahora recuperó la sensibilidad en su brazo izquierdo y comenzó a dolerle mucho. Tomó entre sus manos la cabeza del soldado, se la torció y la giró, y la volvió a torcer. El cuello del hombre se rompió con un súbito crujido. En el mismo momento el cachiporrazo cayó sobre la cabeza de Faber, que retrocedió atontado.
El capitán volvió a echarse contra él, aún con su paso vacilante. Faber le pegó un empujón que le mandó hacia atrás haciéndole perder la gorra y proyectándole fuera de la borda para ir a caer al agua con gran estrépito.
El cabo saltó el último tramo que separaba la rama del árbol del suelo. Faber recuperó su estilete de debajo del cuerpo del guardia y saltó a la orilla. Watson aún estaba vivo, pero no sería por largo tiempo, pues la sangre manaba por la herida de la garganta.
Faber y el cabo se enfrentaron. Este último tenía una pistola, y se encontraba comprensiblemente aterrorizado. En los segundos que había necesitado para bajar del roble, aquel hombre había asesinado a tres de sus compañeros y arrojado al cuarto al canal.
Faber observó el arma. Era vieja... parecía casi una pieza de museo. Si el cabo hubiera tenido alguna confianza en ella ya habría disparado.
El cabo dio un paso hacia delante y Faber notó que tenía cierta dificultad con su pierna derecha, como si se la hubiera magullado al bajar del árbol. Entonces hizo una especie de finta hacia un lado, forzando al otro a apoyar el peso del cuerpo sobre la pierna debilitada para poder seguir manteniendo la puntería. Ahora Faber encajó la punta de su pie en el borde de una piedra y la pateó hacia arriba. El cabo centró su atención a la piedra y Faber actuó.
El cabo apretó el gatillo, pero no salió ningún disparo. El viejo revólver se había atascado. Aun cuando se hubiera producido el disparo, no habría dado en el blanco; su vista siguió en la piedra, vaciló sobre su pierna debilitada y Faber se abalanzó sobre él.
Le asesinó de un tajo en la garganta.
Sólo quedaba el capitán.
Faber se volvió y lo vio tratando de salir del agua en la otra orilla. Encontró una piedra y se la tiró. Dio justo en la cabeza del capitán, pero
aun así el hombre alcanzó a salir del agua y comenzó a correr.
Faber se apresuró a llegar a la otra orilla. Vadeando y dando unas brazadas logró hacerlo. El capitán estaba unos cien metros delante de él y corría, pero era viejo. Faber fue sacándole ventaja hasta que pudo oír su penoso jadeo. El capitán aminoró la marcha y por fin se desplomó sobre un arbusto. Faber llegó hasta él y le volvió de frente. El capitán dijo:
—Usted es un... demonio.
—Ha visto usted mi cara —respondió Faber, y le mató.

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