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*DE AÑORANZAS Y PESARES - "A TRAVÉS DEL NIDO DE GHANTS" (fragmento)

Camaris continuaba inmóvil, como congelado, con los dedos extendidos sobre la cúspide del monumento. Por fin, se miró a sí mismo y, poco a poco, levantó el cuerno y lo observó durante un largo rato, como si jamás lo hubiera visto sobre la verde tierra. Cerró los ojos, se lo llevó a los labios con mano temblorosa y sopló.
El cuerno sonó. La primera y débil nota empezó a crecer y ganar fuerza, más y más potente cada vez, hasta que pareció conmover el aire mismo en un grito con resonancias de acero, de tormenta y de cascos. Camaris, con los ojos fuertemente cerrados, tomó una gran bocanada de aire y sopló de nuevo, con más potencia aún. El penetrante sonido voló como el viento por la colina y resonó en el valle; los ecos se superpusieron en la atmósfera hasta que el sonido se apagó.
Simón se dio cuenta de que se había tapado los oídos con las manos, al igual que otros muchos de los presentes.
Camaris contemplaba el cuerno de nuevo y al fin levantó el rostro hacia los que lo miraban. Algo había cambiado. Sus ojos resultaban más profundos, más entristecidos, con un destello de conciencia que antes faltaba. Movía los labios, se esforzaba por hablar, pero no salió ningún sonido más que un siseo ronco.
Miró entonces la empuñadura de Espina. Con movimientos lentos y deliberados, la desenvainó y la sostuvo ante sí: una franja negra y brillante que cortaba la luz de la tarde. Unas minúsculas gotas de lluvia cubrieron la hoja.
— Yo... debería haber sabido... que mi... tormento aún no había concluido, que mi culpa aún no estaba perdonada. —Su voz sonaba dolorosamente seca y ronca—. ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío, amoroso y terrible, heme aquí, vuestro humilde siervo! Reemprenderé mi servicio como castigo.
El anciano cayó de rodillas ante la atónita compañía. Permaneció en silencio un largo rato, aunque daba la impresión de que orara. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas y se mezclaban con las gotas de lluvia haciendo refulgir su rostro bajo los oblicuos rayos del sol. Por fin, se puso en pie y se dejó conducir al interior por Isgrimnur y Josua.

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