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*SHIKÉ (fragmento)

Al fin, al amanecer, las olas de asalto cesaron. Las pocas tropas que aún quedaban en la franja de tierra abajo de las murallas retrocedieron apresuradamente a través del foso, perseguidas por flechas de los samuráis y de los chinos. El hua pao cesó de escupir fuego. Las catapultas mongoles siguieron arrojando piedras y bolas de fuego, pero con menos frecuencia. Los diversos incendios a través de la ciudad estaban bajo control.
El sol no salió. Espesas nubes grises avanzaron desde el sur, y para satisfacción de Yukio, comenzó a llover fuertemente. La lluvia protegería a la ciudad del fuego y representaría grandes escollos para los sitiadores. Jebu y Yukio se sentaron junto al parapeto y limpiaron la sangre de las espadas, para evitar, que se oxidaran las hojas.
-Perdemos tantos cada vez que peleamos con los mongoles, que pronto nos quedaremos solos -se dolió Yukio con fatiga-. Qué mal jefe soy, al haber traído a estos hombres desde tan lejos para que mueran todos en una tierra extraña.
***
El gobernador Liu se bajó de su sillón de marfil y agarró a Yukio y a Jebu por los brazos.
-Deberían estar durmiendo y no gastando su tiempo en hablar con este viejo.
Jebu sonrió; los ojos del gobernador estaban rojos.
-Dudo que Su Excelencia haya dormido esta noche.
Yukio le informó de que doscientos soldados chinos y más de un centenar de samuráis estaban muertos o gravemente heridos, pero que los dos dragones blancos ondeaban aún sobre Kweilin. El gobernador informó:
-Mis exploradores dicen que el tarkhan mongol, Arghun Baghadur, viene en camino trayendo el refuerzo de dos tunans más, veinte mil hombres, que su soberano, el Gran Kan Mangu, le ha asignado. Bajo el mando de un general como Arghun, y con tal supe rioridad numérica, los mongoles tomarán Kweilin con toda seguridad. Estamos entrando en la temporada de lluvias fuertes y eso les puede retardar el paso, pero el final sigue siendo inevitable.
-Se nos prometió que si necesitábamos refuerzos nos los podrían enviar por el Kwei Kiang desde Cantón -repuso Yukio.
-Es tiempo de pedidos -asentó Liu. Hizo una seña a su hijo, Un oficial de alto rango en las tropas chinas. La armadura del joven Liu estaba mellada y golpeada. Se apartó de la pared de la sala de audiencias del gobernador y se arrodilló a sus pies.
-Irás a Cantón, hijo mío. Partirás esta noche por la puerta del río.

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